La angustia en tiempos de pandemias
Estos días de cuarentena
me obligan a pensar en varias cosas, una de las más frecuentes es la angustia que genera no poder escaparse
de uno mismo. En el día a día es más fácil huirle a esa voz en la cabeza que te
dice que algo no esta bien, que algo duele, que algo angustia, es fácil tragar
el nudo de la garganta y tapar la sensación de inadecuación y enojo con obligaciones.
Y así pasan los días, nos levantamos, llevamos a los pibes al colegio en algunos
casos, nos vamos a trabajar, en otros, salimos del trabajo, merendamos (con
suerte), clavamos Netflix, hacemos la cena y nos vamos a dormir. Así termina la
vida siendo un loop mas o menos uniforme donde la cacofonía de las obligaciones
silencia el enjambre de emociones que nos habitan. ¿Un ejemplo? Cuando tenia 20
años un día me acuerdo que estaba muy triste, y mi papá me miro y me pregunto
que me pasaba, le dije que estaba triste, que no sabia porque, pero que me sentía
así. Me acuerdo que me miro y me dijo “estas triste porque tenes tiempo para
estar triste, si trabajaras 12 horas, tuvieras 3 hijos, y una casa que
mantener, no tendrías tiempo de estar triste”. Pasaron 10 años y jamás me voy a
olvidar de ese dialogo, más allá de lo personal de lo que dijo, no deja de
llamarme la atención lo naturalizado que esta acallar las emociones. Ignorando completamente
que lo que no sale por la puerta sale por la ventana, es decir, el afecto esta ahí,
podemos hacer algo con eso, o dejar que eso haga algo con nosotros, que haga síntoma.
En tiempos de
pandemia, donde todos estamos en casa, donde no podemos escudarnos en las demandas
de la vida cotidiana, los afectos se hacen una fiesta, y de golpe todo eso que teníamos
bien asegurado adentro de una caja en el fondo de la cabeza, ahí a oscuras y en
silencio, sale a los gritos para mostrarnos toda esa rotura que nos encanta negar.
Aparece el aburrimiento como algo a evitar, como si fuera la misma peste,
porque el aburrimiento deja al descubierto todos esos pedazos rotos que venimos
escondiendo debajo de la alfombra, el aburrimiento le abre la puerta de par en
par a la angustia, ¿ y que peor en un mundo capitalista que la angustia? ¿habrá
algo peor que esa falta que aparece y no se deja llenar por objetos de consumo?
Me puedo comer un kilo de helado, comprar 5 pares de zapatos, dos cacerolas
essen, tres corpiños y dos calzones, y aun así nada de todo eso tapa la
angustia, nada de todo eso satisface ese agujero que se abrió en el medio del
pecho.
Me gustaría poder
decir “deja fluir la angustia, que brote y se diluya”, pero obviamente no es
tan fácil, y yo no soy tan estúpida como para invitar a alguien a abordar solo
y sin soporte profesional algo que viene evitando como la peste, sin embargo,
si me parece que este aislamiento sirve para empezar a escucharnos a nosotros
mismos, empezar a ver que nos pasa con todas esas emociones que nos habitan.
Hacernos cargo que lo que construimos con las manos lo podemos destruir con los
pies si ignoramos sistemáticamente la voz, metafóricamente hablando, que nos muestra
el punto de quiebre.
Personalmente
pase años diciendo “no hay tal crisis” y el día que la crisis me exploto en la
cara creí que me había partido en mil pedazos, sin embargo años de análisis después
pude empezar a entender que no fue la crisis la que me partió en pedacitos, yo ya
estaba rota desde mucho antes, la explosión solo disemino los pedazos que ahora
me toca juntar y volver a pegar.
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