sábado, 21 de marzo de 2020

La angustia en tiempos de pandemias


La angustia en tiempos de pandemias

Estos días de cuarentena me obligan a pensar en varias cosas, una de las más frecuentes  es la angustia que genera no poder escaparse de uno mismo. En el día a día es más fácil huirle a esa voz en la cabeza que te dice que algo no esta bien, que algo duele, que algo angustia, es fácil tragar el nudo de la garganta y tapar la sensación de inadecuación y enojo con obligaciones. Y así pasan los días, nos levantamos, llevamos a los pibes al colegio en algunos casos, nos vamos a trabajar, en otros, salimos del trabajo, merendamos (con suerte), clavamos Netflix, hacemos la cena y nos vamos a dormir. Así termina la vida siendo un loop mas o menos uniforme donde la cacofonía de las obligaciones silencia el enjambre de emociones que nos habitan. ¿Un ejemplo? Cuando tenia 20 años un día me acuerdo que estaba muy triste, y mi papá me miro y me pregunto que me pasaba, le dije que estaba triste, que no sabia porque, pero que me sentía así. Me acuerdo que me miro y me dijo “estas triste porque tenes tiempo para estar triste, si trabajaras 12 horas, tuvieras 3 hijos, y una casa que mantener, no tendrías tiempo de estar triste”. Pasaron 10 años y jamás me voy a olvidar de ese dialogo, más allá de lo personal de lo que dijo, no deja de llamarme la atención lo naturalizado que esta acallar las emociones. Ignorando completamente que lo que no sale por la puerta sale por la ventana, es decir, el afecto esta ahí, podemos hacer algo con eso, o dejar que eso haga algo con nosotros, que haga síntoma.
En tiempos de pandemia, donde todos estamos en casa, donde no podemos escudarnos en las demandas de la vida cotidiana, los afectos se hacen una fiesta, y de golpe todo eso que teníamos bien asegurado adentro de una caja en el fondo de la cabeza, ahí a oscuras y en silencio, sale a los gritos para mostrarnos toda esa rotura que nos encanta negar. Aparece el aburrimiento como algo a evitar, como si fuera la misma peste, porque el aburrimiento deja al descubierto todos esos pedazos rotos que venimos escondiendo debajo de la alfombra, el aburrimiento le abre la puerta de par en par a la angustia, ¿ y que peor en un mundo capitalista que la angustia? ¿habrá algo peor que esa falta que aparece y no se deja llenar por objetos de consumo? Me puedo comer un kilo de helado, comprar 5 pares de zapatos, dos cacerolas essen, tres corpiños y dos calzones, y aun así nada de todo eso tapa la angustia, nada de todo eso satisface ese agujero que se abrió en el medio del pecho.
Me gustaría poder decir “deja fluir la angustia, que brote y se diluya”, pero obviamente no es tan fácil, y yo no soy tan estúpida como para invitar a alguien a abordar solo y sin soporte profesional algo que viene evitando como la peste, sin embargo, si me parece que este aislamiento sirve para empezar a escucharnos a nosotros mismos, empezar a ver que nos pasa con todas esas emociones que nos habitan. Hacernos cargo que lo que construimos con las manos lo podemos destruir con los pies si ignoramos sistemáticamente la voz, metafóricamente hablando, que nos muestra el punto de quiebre.  
Personalmente pase años diciendo “no hay tal crisis” y el día que la crisis me exploto en la cara creí que me había partido en mil pedazos, sin embargo años de análisis después pude empezar a entender que no fue la crisis la que me partió en pedacitos, yo ya estaba rota desde mucho antes, la explosión solo disemino los pedazos que ahora me toca juntar y volver a pegar.