Ser
mama: un camino diferente hacia la maternidad.
Hace
3 años fui al medico para un control de rutina. Tenia 24 años,
llevaba 4 años de novia, de los cuales 3 eran de convivencia. No
pensábamos en tener hijos, sabíamos que algún día íbamos a tener
una familia, pero en ese momento ambos estudiábamos y ambos teníamos
otras cosas en la cabeza. Queríamos viaja, recibirnos, mudarnos,
queríamos conocernos mas antes de dejar de ser una pareja y ser una
familia.
Ese
día tenia turno con el ginecólogo, como todos los años, le pedí a
mi novio que me llevara porque me quedaba lejos y no quería ir sola.
Entre, como todos los años, me reviso, me hizo una ecografía, me
miro y me dijo “alguna vez te hable de tu útero?”. Lo mire, le
dije que no, que supuse que era un útero normal, como el de todas
las mujeres.
Se
sentó, me dijo que me siente y se quedo callado, seguramente fueron
unos segundos, pero yo lo sentí como horas. Nos mirábamos, nadie
decía nada, hasta que sonó el teléfono. Era la secretaria diciendo
que tenia una paciente embarazada en el teléfono. La atendió,
mientras a mi se me pasaban mil cosas por la cabeza, se me pasaba el
documental de hpv que había visto un año atrás, las posibilidades
de que una mujer de 24 años, sexualmente estable, y bastante
obsesiva con los métodos anticonceptivos tuviera alguna ETS, los
tipos con los que me había acostado antes de mi novio, sus posibles
antecedente “uno virgen, el otro mas o menos, el otro era medio
pelotudo como para haberse cogido muchas minas…”, también
trate de hacer memoria sobre si había algún antecedente de cáncer
en mi familia “mi abuela tuvo fibromas y mi tía también, a
ambas les sacaron el útero. Pero ya eran grandes, no creo que sea
eso… no?”. Todas estas ideas me invadieron en 5 minutos,
mientras escuchaba al medico decirle a la embarazada cosas varias con
un tono aburrido, entre cansado y fastidioso. Y pensaba “decime
que pasa… no, mejor no me digas… ya se, me levanto y me voy a la
mierda, si no lo se no tengo motivos para angustiarme”.
El
medico corto, me miro y se puso a dibujar algo en un papel. Lo mire
esperando, y empezó a hablar, y no se lo que dijo. Trate de armar
esa escena mil veces, en mi
casa, en terapia, cuando mas adelante se lo conté
a mi familia, intente repetir
lo que me dijo, y no puedo. Todo se quedo en silencio. ¿Viste esas
películas donde pasa algo traumatico y todo se queda en silencio?
Bueno, fue así. Le pedí que me repita lo que me decía, pero todo
seguía en silencio, hasta que escuche algo, un diagnostico. “tenes
dos úteros”, lo dijo como
si hablara con una nena chiquita, mientras me mostraba lo que había
estado dibujando, que aparentemente eran mis úteros,
aunque yo veía un corazón deforme.
Miraba el dibujo, me repetía
que tenia dos úteros,
como si eso significara algo,
como si yo por arte de magia pudiera entender lo que implicaba tener
dos úteros. Me explico, y yo escuche, como pude, lo que tenia para
decir. Me hablo en el mismo tono monocorde que a la embarazada sobre
los embarazos de riesgo, sobre las posibilidades de tener un bebe
prematuro, “Vamos a tratar de que el bebe llegue al
octavo mes, pero en el séptimo podría vivir, y en el sexto con
tratamientos también”, hablo
de que tenia mucha suerte de
haberme enterado ahora, de que muchas mujeres se enteraban cuando
parían, hablo sobre que no era algo tan grave, que peor eran otras
cosas, dijo que el no se preocuparía si fuera yo, que este
diagnostico es una cuestión a ver sobre la marcha el dia que quiera
tener hijos, y hablo, finalmente, sobre
la posibilidad de no poder tener hijos, de las otras opciones que se
podían considerar, tratamientos, adopción. Me hablo mucho, y yo
estaba callada, quieta, haciéndome chiquita, rogando que se hubiera
equivocado, con que esto le pasaba a la embarazada. Me
estaba hablando de cosas que jamas había pensado, me hablaba de
tratamientos, de cerclajes, de medicación, de limites de edad, de
hormonas, me hablaba cosas que jamas se me habían pasado por la
cabeza.
En
ese momento no sentía miedo,
no sentía enojo, no sentía tristeza, no sentía nada, porque en ese
consultorio, donde un medico me decía, básicamente, que no sabia si
yo iba a poder ser madre algún día yo
estaba en blanco, vacía
de todo, como si fuera un caparazón,
un recipiente vacío.
Me mando estudios, pero sin muchas expectativas, dijo que el día que
quisiera tener hijos lo fuera a ver y sobre la marcha improvisáramos,
que los estudios eran mas que
nada para ver el grado de división entre los úteros, pero
que él
no podía hacer mucho mas por mi. En ese momento me di cuenta que ya
no era una persona, era dos úteros en un cuerpo, era un sistema
reproductivo fallado que había que tratar de arreglar. Y me sentí
así, dos úteros en un cuerpo fallado, dos años.
Primero
se lo conté a mi novio, creo que fue lo mas difícil que tuve que
pasar hasta ahora. Pocas veces tuve tanto miedo, me
acuerdo que no podía hablar, no podía explicarle como había
entrado a ese consultorio Daniela y había salido “eso” que
salio. Porque no se bien que era, pero no era una persona. Lloraba,
trataba de explicarle, lloraba mas, y él
se desesperaba. Nunca le pregunte que pensó cuando me vio, pero
supongo que habrá sido desesperante. Cuando logre explicarle mas o
menos lo que había pasado, creo (porque no me acuerdo) que nos
quedamos en silencio. Yo esperando que me deje, porque estaba
fallada, y él no se que habrá esperado. Después del silencio me
acuerdo que me abrazo, y yo me sentí peor, porque sabia que no me
iba a dejar, sabia que se iba a quedar conmigo, con los dos úteros,
con los embarazos de riesgo, con los posibles tratamientos, con la
adopción, y con todas las otras opciones que no sabia que existían.
Cuando arranco el auto y me fui alejando del consultorio, cuando fue
cayéndome la ficha de todo lo que había pasado esa tarde, sentí
que algo se rompía, sentí que yo estaba rota.
Durante
dos años fui a diferentes médicos, me hice diferentes estudios,
muchos invasivos, muchos dolorosos, pase por muchas ecografias, una
salpingografia, resonancias, radiografias, análisis de sangre y
revisiones. Un día llegue a
un medico que me dijo que podía tener hijos, en teoría, pero que
iban a ser embarazos complicados, que iba a necesitas medicación,
que iba a tener que hacer reposo, y que tenia un tiempo relativamente
limitado para tomar la decisión y empezar a buscar. Me dijo que
contemplara la adopción como ultima instancia, que había muchos
tratamientos posibles, que era relativamente joven (tenia 25 años).
Me acuerdo que llegue a casa y le dije a mi novio que quería tener
un hijo, y que si el no
quería tenerlo en ese momento lo sentía mucho pero que no podía
seguir con él. Fue una noche horrible, lloramos los dos, no puedo
hablar por él, pero yo llore por nosotros, por tener que vernos con
esta situación, porque el
centro del mundo eran dos úteros y
mientras tanto la gente
seguía con su vida, mis amigas tenían hijos, mis primos tenían
hijos, parecía que todos tenían hijos y yo tenia dos úteros y una
crisis que se estaba cargando mi pareja y mi carrera.
A
la mañana siguiente tratamos
de hablar otra vez, y logramos algo parecido a una tregua. Entre los
dos decidimos dejar estar el tema, tomar un poco de distancia y ver
si mas adelante podíamos
volver a pensarlo. Claramente no fue fácil,
yo seguía
sintiendo
la presión
del tiempo, él
seguía
sintiendo que yo lo presionaba. Él se sentía
un donante de esperma y yo me sentía
una incubadora rota. Ya no había
nada del orden de lo humano en juego. Como
si ser padres, si formar una familia, si elegir un camino no fuera
una elección. Tenia que ser
madre, no era un deseo, era una imposición.
Paso algo de tiempo, no sin peleas, sin idas y vueltas y bastante
dolor. Logramos encontrar algo parecido a la estabilidad. Lo
principal era que terminara mi carrera, que era lo único en relación
al deseo que podía sostener en ese momento. Y sorprendentemente
empece a avanzar, empece a tener notas muy buenas, y pude sentir por
primera vez en dos años algo de alivio, ya no todo giraba en
relación a mis dos úteros, a los hijos que no tenia, a los hijos
que otros si tenían. Ahora era una estudiante de psicología full
time. Sacaba notas altas, tenia facilidad para varias materias,
lograba armar un lazo por fuera de todo el drama que había pasado
los últimos años. Era como si fuera un ser humano otra vez, podia
hablar horas con personas que compartian mis intereses sin que se
hiciera referencia a la maternidad, sin que me dijeran cosas como “no
te preocupes, tenes opciones” o me recomienden eminencias medicas
que hacian salir niños hasta de repollos.
Cuanto mas tiempo pasaba en la facultad, mas se desdibujo la idea de
ser madre, cuantas mas veces mis profesores me decían el buen laburo
que hacia, menos ganas de quedarme en casa cuidando niños tenia.
Porque para mi ser madre era eso, era quedarme en casa y darlo todo
por mis hijos. Fue como si la suplantación de un deseo por otro
fuera automática, ahora la carrera era mi bebe, y me implique con
eso de un modo absoluto. El razonamiento era sencillo, si soy tan
buena en esto, ¿por que hacer otra cosa? Porque sufrir por algo que
quizás no tenga nunca, ¿por que querría perder años de mi vida
dedicándolos a ser madre cuando puedo ser algo más, algo mejor?
Lo sintomático del razonamiento salto a la vista cuando empece a no
dormir, a evadirme absolutamente de todo lo que no sea la facultad,
cuando deje de salir con amigos, suspendí sesiones analíticas para
quedarme estudiando, cuando me encargue de rebajar y criticar a cada
mujer que tuviera un hijo, sintiéndome superior porque tenia un
proyecto al cual dedicar mi vida, y mi proyecto no lloraba, no
vomitaba, no había que cambiarle los pañales. Pase casi un año
tratando de convencerme a mi misma de que lo que estaba haciendo era
sano, de que tener un hijo era una estupidez, y mas si quería
doctorarme, ser docente, escribir y atender pacientes.
Y aun así, con todo mi discurso y convencimiento, un Lunes llegue a
terapia, mire al analista, le dije “no voy a ser mama, no me
interesa en lo mas mínimo, quiero poder tener la libertad de hacer
lo que quiera”. Y me miro, y lo mire, y no dijo nada, y yo seguí
justificándome a mi misma compulsivamente, argumente que era una
mandato social machista, que no tenia porque postergarme a mi por ser
madre, que era algo decidido, y un montón de cosas mas que al final
cayeron ante el silencio del analista. Y se me escapaban las
lagrimas, y ahí me di cuenta que un corazón roto se puede volver a
romper, una y otra vez, hasta que no quede nada. Y mi analista, al
cual nunca odie tanto como en ese momento, me dijo “¿por que
tenes que elegir?”. Y yo le dije que no, que una madre es
madre, y todo el resto viene por debajo de eso. Y volví otra vez a
la carga, aunque menos segura, a citar la lista de criticas para con
las madres, a decir lo básico y patético que me resultaba que una
mina se quede en su casa con un pibe colgando de cada cadera cuando
tenia la potencialidad para hacer muchas otras cosas. Y otra vez el
silencio, y otra vez tratando de sostenerle la mirada al analista. Y
cuando estaba por concluir la sesión, cuando se estaba por levantar
le dije “ademas tengo miedo”. Porque al final, atrás de
todo esta el miedo. El miedo a no poder, a no estar a la altura,
miedo a verme tan vulnerable, a sentirme san indefensa ante un
desafió tan grande, miedo a un embarazo complicado, miedo a un parto
difícil, miedo a la posibilidad de una muerte inexorable, o dos, la
del bebe, una muerte real, y a la miá, una muerte simbólica.
Cuando yo pensaba en un hijo, no pensaba en un bebe con mis ojos y la
boca de mi pareja, pensaba en médicos, en quirofanos, en muerte, en
dolor, en salas de esperas y enfermeras. Pensaba en la posibilidad de
un aborto, o de un tratamiento que me iba a consumir, pensaba en la
sensación de ser una incubadora rota otra vez. Me di cuenta que el
dia que me dieron un diagnostico, también me robaron la posibilidad
de pensar en la maternidad como algo mas que lo real del cuerpo. Se
quedaron con toda mi historia de amor y yo me quede desnuda ante el
miedo, con una sensación de soledad frente a algo que no pude (ni
hoy puedo) terminar de simbolizar. No creo que haya nadie que le
pueda poner la palabra justa al agujero que deja la muerte (en mi
caso imaginaria) de un hijo, y menos hacerse una idea de semejante
dolor.
Ahí, en ese punto oscuro, empezamos a pensar el tema, a hablar desde
otro lugar, creo que ese fue el punto donde empece (muy de a poco) a
elaborar algo de todo lo que (me) paso. Cuando se caen las mascaras,
las excusas, las mentiras que (nos) contamos, cuando estamos en ese
lugar (en mi caso ese consultorio) donde quedamos expuestos, y el
sonido de una palabra, el roce de una mirada, lo punzante del
silencio, es doloroso y corrosivo, solo se puede seguir, porque ese
dolor es sano, esos restos que quedan ahí, que escondieron lo mas
intimo, lo mas vulnerable, es el punto de partida para volver a
armarse, esta vez mas liviana, con menos dolor, de un modo mas sano,
aunque no con menos miedo. Ese fue mi camino para aceptarme un poco
mas, para dejar de ser un producto fallado.
Entendí que hay una diferencia entre una enfermedad y una condición,
y que la enfermedad se trata de curar y de arreglar, y con una
condición uno vive. Aun cuando duele, cuando da miedo, cuando
estamos cansados, uno con eso vive. Cuando se entiende esto, viene lo
mas difícil, decidir como vivir, se vive desde esa condición o se
vive a partir de esa condición, yo había vivido mucho desde esa
condición, y el resultado había sido arrasador, ahora me tocaba
cargar las armas y vivir a partir de esto que me pasaba.
Tuve que elaborar y revisar cada idea preconcebida relacionada con la
maternidad, algunas las tuve que soltar y duelar, otras las tuve que
rectificar. Darse cuenta que el futuro es diferente a lo que uno
quiere es por un lado dificil, pero por el otro liberador, porque
dejar de pelear contra la corriente todo el tiempo, y aceptar que
esta es la realidad, es una forma de amigarse un poco con lo que
viene. Emprender un camino nuevo, para mi, significa implicarme,
significa leer, informarme y colmarme de datos, es mi forma de sentir
que tengo algo de control sobre la realidad, una idea como poco
ilusoria, pero que me deja dormir tranquila por la noche. Me pase
horas leyendo sobre tratamientos de fertilización asistida, de
fertilización in vitro, sobre subrogacion de vientres, y adopciones.
Llegue a varias conclusiones, la primera es que yo quería una
familia, pero no a cualquier costo, si tenia que implicarme de un
modo que me fuera a hacer mas mal que bien, gracias, pero no gracias.
Sentí que no podía cuidar de otro si primero no cuidaba de mi, y
pasar por mas situaciones arrasadoras, situaciones que me van a
volver a poner en una posición de pasividad y degradación organica,
era no cuidarme. Pasar por tratamientos de fertilidad para mi
implicaba eso, no digo que sea así, o que sea una verdad universal,
ni que sea la opción mas “sana”, sino que en mi caso es el modo
en el que yo lo percibo. No creo en el amor sin condiciones, porque
no sé amar sin condiciones, y para mi la condición básica del amor
es cuidarme para cuidar al otro. Algo en lo que fallaría
exponiéndome a tratamientos que me resultan invasivos y arrasadores.
La segunda conclusión a la que llegue, es que yo quiero ser madre,
no hay nada que quiera mas en el mundo, pero estar o no embarazada
no es algo que me resulte trascendental, no es algo que me defina. Lo
cual me llevo a pasar horas leyendo sobre las leyes de adopción de
diferentes países. Otra vez mi bendita necesidad de sentir que
controlo mi medio. Pero también me llevo a pensar en mi idea sobre
el rol de una madre. Me pregunte por primera vez por que quería ser
madre. Y la respuesta que encontré fue que quería ser madre para
dar, dar amor, dar contención, dar cuidados, y que para darle a un
otro, para ser su madre, para amarlo, no necesito que comparta mi
adn, porque si parir no me hace madre, ¿para que quiero parir?, si
pasa genial, y habrá que ponerle ganas, pero si no pasa, esta bien
también. Desde que tengo uso de razón quiero ser madre, y eso es
algo que no cambio, y no creo que cambie jamas. Pero solo paseando
por todos los círculos del infierno, junto a mis propios Virgilios,
encarnados por mi novio y por mi analista oportunamente, pude
entender que ser madre es solo una de las cosas que quiero, que ser
madre no implica compartir adn, que para ser madre hay que tener algo
para dar, y algo para soltar. Y si al final todos los hijos son
adoptados, si a todos los hijos hay que armarles una historia,
elegirles un nombre, cargarlos de amor y de comprensión, si a todos
los hijos, mas allá de los rasgos similares, se los ama y se los
cuida, entonces yo quiero ser madre, pero en mis propios términos,
con mis propios limites y tiempos.
Y así creo que empiezo otro camino, uno mas sano, con menos dolor,
con mas aceptación, pero con mucha incertidumbre. Tengo la suerte de
tener al lado un compañero de vida que tiene la flexibilidad de
entender mi dolor, y seguir mis recorridos, claramente no es fácil,
y llegar hasta acá nos costo mucho dolor, mucho desgaste, pero aun
así no quisiera caminar este sendero con otra persona, porque cuando
estuvimos al borde del precipicio, elegimos no saltar, elegimos
seguir caminando. Tengo una familia que si bien no siempre me
entiende, me apoya, y siempre esta atenta a mis nuevas ideas y metas,
tengo amigos que me ponen el hombro, que me dan la mano y nunca la
aflojan. Tengo tantas cosas para encarar lo que viene, que aun cuando
estoy mas triste, o mas desilusionada, en el fondo se que es un
momento, un reflejo de todo el dolor que ya pase, pero que el tiempo
pasa y que el dolor no es para siempre. Yo no se si existen los
finales felices, pero esto tampoco es un final, así que de todos
modos no importa.